El 26 de enero de 2025 marcó un momento crítico en las relaciones entre Colombia y Estados Unidos. El presidente Gustavo Petro rechazó inicialmente recibir aviones con deportados colombianos y migrantes de terceros países, argumentando un trato indigno hacia ellos. En respuesta, el presidente Donald Trump amenazó con aplicar aranceles del 50 % a las importaciones colombianas. Ante la presión, Petro ofreció el avión presidencial para garantizar que las deportaciones se realizaran en condiciones humanitarias.
Este episodio, más allá de ser un conflicto diplomático, refleja la realidad de miles de migrantes que buscan un futuro mejor pero terminan siendo instrumentalizados en disputas políticas. La crisis migratoria y sus implicaciones económicas nos desafían no sólo como naciones, sino como humanidad. Aquí es donde resuena el mensaje de Spes non confundit (“La esperanza no defrauda”, Rom 5,5), un llamado a no perder la fe activa en medio de la incertidumbre y a actuar con justicia y solidaridad.
La crisis migratoria: espejo de nuestras prioridades
La situación entre Estados Unidos y Colombia evidencia el choque entre la dignidad humana y los intereses políticos. Para los migrantes, cruzar fronteras es una cuestión de supervivencia, un acto de esperanza que muchas veces se convierte en desesperanza. Sin embargo, para algunos líderes políticos, los migrantes son presentados como una amenaza, justificando medidas restrictivas. Su retórica, se basa en frases como “No podemos permitir que los migrantes invadan nuestro país”, alimenta el rechazo y la xenofobia.
En contraste otros líderes, adoptan posiciones humanitarias cuando afirman que los migrantes no son delincuentes. Los migrantes no son cifras; son personas con historias, sueños y sufrimientos. Debemos responder con políticas que respeten su dignidad.
Spes non confundit: La esperanza en medio de las tensiones
La esperanza cristiana, según la Doctrina Social de la Iglesia, no es ingenua ni resignada. Es una esperanza activa que nos impulsa a enfrentar las injusticias y construir un futuro más humano. Ante la crisis migratoria y diplomática.
1. Defender la dignidad de los migrantes
La migración no es un delito; es un derecho humano cuando las condiciones de vida en el país de origen se vuelven insostenibles. En este sentido, el rechazo a recibir vuelos de deportación debe leerse no sólo como un gesto político, sino como un llamado a repensar el trato que reciben los deportados.
El Catecismo de la Iglesia Católica enseña:
“Las naciones más prósperas están obligadas, en la medida de lo posible, a acoger al extranjero que busca seguridad y recursos indispensables para la vida.” (CIC, 2241).
Esto no significa ignorar la soberanía nacional, sino promover un equilibrio entre el respeto por las leyes y la defensa de los derechos fundamentales de los migrantes.
2. Superar la lógica del conflicto económico
La amenaza de aranceles refleja cómo los migrantes y sus países de origen son utilizados como herramientas de presión económica. Este enfoque perpetúa la desigualdad y alimenta tensiones internacionales. La Iglesia, en Caritas in Veritate, insiste en que la economía debe estar al servicio de la persona:
“La economía tiene necesidad de la ética para su correcto funcionamiento, no de una ética cualquiera, sino de una ética centrada en la persona y abierta a la trascendencia.” (Caritas in Veritate, 45).
Esto implica que los acuerdos económicos entre naciones deben priorizar el bienestar humano por encima de los intereses comerciales.
3. Actuar con solidaridad y justicia
El Papa Francisco, en Fratelli Tutti, llama a construir una cultura del encuentro:
“Entonces nadie puede quedar excluido, no importa dónde haya nacido, y menos a causa de los privilegios que otros poseen porque nacieron en lugares con mayores posibilidades. Los límites y las fronteras de los Estados no pueden impedir que esto se cumpla” (Fratelli Tutti, 121).
En lugar de rechazar vuelos o imponer aranceles, hay que trabajar en programas conjuntos que promuevan el desarrollo en las comunidades de origen de los migrantes, atacando las causas estructurales de la migración forzada.
Enseñanzas prácticas desde la fe
La crisis migratoria y diplomática nos deja una lección: las soluciones deben surgir desde la justicia y la solidaridad, no desde el conflicto ni el oportunismo político. Como cristianos, estamos llamados a actuar con esperanza activa, promoviendo:
• Políticas públicas inclusivas: Integrar a los migrantes en los sistemas educativos y laborales de los países receptores.
• Apoyo a las comunidades locales: Las parroquias y organizaciones católicas deben ser espacios de acogida y acompañamiento.
• Transformación de las estructuras económicas: Los acuerdos bilaterales deben incluir cláusulas que promuevan el desarrollo en los países de origen.
Además, cada ciudadano puede contribuir desde su entorno, desde combatir la xenofobia hasta participar en iniciativas de voluntariado que beneficien a los migrantes.
La esperanza como motor del cambio
La crisis que se dio entre Colombia y Estados Unidos no es solo un conflicto entre dos gobiernos; es un reflejo de cómo la humanidad responde a los más vulnerables. Las tensiones diplomáticas y económicas no deben desviar la atención de lo esencial: la dignidad de quienes, con su esperanza a cuestas, cruzan fronteras buscando vida.
El mensaje para este año del Jubileo de la esperanza es el desafío de mantener viva una esperanza activa, que no se limite a discursos, sino que se traduzca en acciones puntuales de justicia y caridad. Como dijo el Papa Francisco:
“Cada migrante que llama a nuestra puerta es una oportunidad para encontrarnos con Cristo.”
Ante la crisis migratoria y diplomática, la pregunta es: ¿permitiremos que la indiferencia y los intereses políticos sigan defraudando la esperanza de los migrantes? O, por el contrario, ¿seremos capaces de construir puentes de solidaridad que reflejen el Evangelio? La respuesta depende de cada uno de nosotros.