EUCARISTÍA DOMINGO DE PASCUA 2022
Monseñor Gabriel Ángel Villa Vahos – Arzobispo de Tunja
“Este es el día en que actuó el Señor, sea nuestra alegría y nuestro gozo. Den gracias al Señor porque es bueno, porque es eterna su misericordia”. Las palabras de este salmo 118 nos iluminan en esta celebración para cantar las maravillas, las gestas, las proezas de Dios, que ha resucitado a Jesucristo de entre los muertos.
Las primeras horas de cada día suelen estar ocupadas en los distintos medios de comunicación por las noticias. Un hábito común de muchas personas al iniciar el día, es abrir sus equipos de comunicación para mirar con qué novedades amanecemos. Cada día hay cientos de miles de eventos que se pudieran resaltar: avances tecnológicos, reconocimiento de personajes, grandes y pequeños emprendimientos, ejemplos de solidaridad y de ayuda al prójimo. Sin embargo, no son estas las noticias destacadas que se trasmiten, por lo general se resaltan los episodios de sangre, de violencia, los atracos, abusos, la corrupción, lo que según algunos da rating.
Esta situación contrasta con lo que nos narra el Evangelio de este día. Allí, María Magdalena no busca la muerte, sino al Señor de la vida. Antes de transmitir la noticia del posible robo del cuerpo de Jesús, presurosa, informa lo ocurrido a Pedro, cabeza del grupo apostólico y a Juan, el otro discípulo. Al fin de la escena ya todo está claro y el mundo amanece con la mejor de las noticias de todos los tiempos: ¡Cristo ha resucitado! Y con él ha llegado la vida nueva, y la historia de la humanidad se ha partido en dos.
Ni siquiera la muerte y su sepulcro tuvieron la fuerza para destruir el amor de Dios, manifestado en Cristo Jesús, pues como lo manifiesta el Apóstol Pedro, a pesar de que lo mataron colgándolo de un madero, Dios lo resucitó al tercer día. Y de esto son testigos los Apóstoles que comieron con Él. El contexto de las apariciones es claramente eucarístico “Hemos comido y bebido con Él después de que resucitó de entre los muertos”. “Este es el día en que actuó el Señor, sea nuestra alegría y nuestro gozo”.
La resurrección de Jesús, no es producto de una fantasía o de la imaginación ingeniosa y peregrina de unos hombres y mujeres. La resurrección tiene su fundamento en dos cosas esenciales: en primer lugar, es un acto del poder amoroso de Dios Padre, quien cumple la promesa y acepta como agradable el sacrificio de su Hijo, por la redención de la humanidad. En segundo lugar, hay testimonios reales de este acontecimiento sin igual en la historia, y no sólo de los que comieron y bebieron con él, sino también el testimonio reportado por la Escritura, por los profetas y por tantos mártires y confesores a lo largo de la historia de la Iglesia. Con la resurrección de Cristo, adquiere sentido nuestra fe.
El apóstol nos ha lanzado un desafío: si hemos muerto con Cristo y resucitado con él, entonces seamos coherentes, busquemos las cosas de arriba y no nos anclemos en las de la tierra. El Resucitado que surge de la oscuridad de la muerte y del sepulcro nos invita a salir y proyectarnos hacia los verdaderos valores que hacen digno al ser humano; a buscar los bienes de arriba, es decir: el amor sincero, la convivencia pacífica, el servicio, la entrega, el perdón y la reconciliación, el respeto por la dignidad de cada ser humano, la justicia, la solidaridad, la fidelidad conyugal.
La resurrección es un hecho salvífico que se actualiza, se hace presente cada vez que nos congregamos para la celebración eucarística, muy especialmente el domingo, el día del Señor. Por eso también la Semana Santa no puede ser una repetición aburrida de un hecho pasado, ni se celebra para mantener una tradición cultural. Es sobre todo una oportunidad para renovar nuestra fe y continuar nuestra marcha hacia la patria celestial.
El Papa Francisco en la bendición urbi et orbi del día de hoy nos ha recordado: “El principal don que el Señor trae para sus discípulos con la Pascua es la paz. Paz a ustedes, es el saludo repetido de Jesús resucitado. Él sabe que los corazones de sus discípulos están sumidos en la tristeza, la duda, la incertidumbre. Hoy más que nunca tenemos necesidad de Él. Hemos pasado dos años de pandemia, que han dejado marcas profundas. Parecía que había llegado el momento de salir juntos del túnel, tomados de la mano, reuniendo fuerzas y recursos. Y en cambio, estamos demostrando que no tenemos todavía el espíritu de Jesús, tenemos aún en nosotros el espíritu de Caín, que mira a Abel no como a un hermano, sino como a un rival, y piensa en cómo eliminarlo. Necesitamos al Crucificado Resucitado para creer en la victoria del amor, para esperar en la reconciliación.
Sí, hoy más que nunca lo necesitamos a Él, sólo Él puede hacerlo. Sólo Él tiene hoy el derecho de anunciarnos la paz. Sólo Jesús, porque lleva las heridas, nuestras heridas. Esas heridas suyas son doblemente nuestras: nuestras porque nosotros se las causamos a Él, con nuestros pecados, con nuestra dureza de corazón, con el odio fratricida; y nuestras porque Él las lleva por nosotros, no las ha borrado de su Cuerpo glorioso, ha querido conservarlas tener para siempre. Son un sello indeleble de su amor por nosotros, una intercesión perenne para que el Padre celestial las vea y tenga misericordia de nosotros y del mundo entero. Las heridas en el Cuerpo de Jesús resucitado son el signo de la lucha que Él combatió y venció por nosotros con las armas del amor, para que pudiéramos tener paz, estar en paz, vivir en paz”.
Como los discípulos, en esta hora de la historia, también los colombianos podemos estar sintiendo dudas, desconfianza, incertidumbre. Hay muchos nubarrones que nos impiden ver con claridad. Seguimos soñando con un país en paz. Mientras no seamos fieles al Evangelio del amor, ningún tratado podrá hacer el milagro de la reconciliación y de la paz. En este tiempo de campaña electoral abundan las noticias falsas, los insultos, las injurias, los señalamientos, las provocaciones. Las redes sociales se han convertido en malolientes cloacas, donde desembocan los niveles más bajos a los que podemos llegar los seres humanos. Esta polarización y división sigue siendo un serio obstáculo para el logro de una paz verdadera. Si no pensamos en un proyecto común, en entendernos en lo fundamental, seguiremos en el círculo vicioso de señalar y buscar culpables, mientras la patria se derrumba. Desarmemos los corazones.
Muchos hermanos han retornado estos últimos días al sacramento de la reconciliación, a la confesión y a recibir la Sagrada Eucaristía. Esa gracia recibida no se puede marchitar, hay que continuar en actitud de resucitados. Un verdadero cristiano, uno que ha resucitado con Cristo debe dejar atrás todos los signos de muerte: odios, venganzas, chismes, difamaciones, injusticias y es en cambio, un portador de vida nueva, solidario, respetuoso, honesto.
Uno que ha resucitado con Cristo, vive la fidelidad matrimonial, cuida la creación con esmero porque ve en ella la casa común. Un joven que resucitado con Cristo vence las provocaciones del mundo que lo invita a rebelarse contra Dios y a aceptar aparentes dioses como el alcohol, las drogas, el sexo desenfrenado. Un consagrado, un ministro de Dios que ha resucitado con Cristo está dispuesto siempre a ser su testigo con su palabra y su ejemplo de vida.
Aumentemos nuestra oración y nuestro compromiso, para que el Señor Resucitado, Príncipe de la paz, nos ayude a superar los egoísmos, los prejuicios, las inequidades, los narcisismos y podamos mejorar las condiciones de vida de todos, aprovechando tantos recursos humanos, tanta riqueza natural como la que le Señor ha prodigado a nuestro suelo colombiano.
No obstante las dificultades, estamos felices con la noticia de la resurrección del Señor, porque Cristo nuestra Pascua ha vencido al pecado y a la muerte, porque en Cristo todos hemos vuelto a la vida. Pero esta fiesta pascual no termina este domingo grande y luminoso. Se prolonga y vive cada domingo. Y además nos espera el inmenso compromiso de volver pascual cada instante de nuestra vida, para contribuir a la pacificación de nuestro país.
Ya hemos superado en gran parte esta contingencia, esta rara y dura experiencia que nos impidió muchas de nuestras festivas celebraciones, los invito para que recuperemos el fervor, el sentido de pertenencia a la Iglesia, a que retornemos a los templos. La misa por Televisión y los medios digitales fueron de gran ayuda durante la pandemia, pero los sacramentos son para el encuentro, el encuentro con Dios y con los hermanos. Retornemos a la casa de Dios.
Hemos recibido una buena noticia: Cristo ha resucitado. Con María Magdalena, con los apóstoles, y con María la madre de Jesús, todos nos alegramos. A ella también la saludamos en este día de resurrección: Reina del cielo, alégrate, aleluya, porque Cristo a quien llevaste en tu seno, aleluya, ha resucitado según su palabra, aleluya, ruega al Señor por nosotros, aleluya. Amén.